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En 1902 José Bueso Bataller quiso erradicar el juego clandestino y la prostitución
A comienzos del siglo pasado, Almería era una ciudad tan ligada al puerto que toda la vida entraba y salía en barco. Como solía ocurrir en las ciudades portuarias de entonces, donde era frecuente el tráfico de marineros, la actividad del ocio generaban importantes negocios que florecían en la clandestinidad, en casas privadas donde se organizaban grandes partidas de cartas y en las conocidas casas de citas donde la prostitución se nutría directamente de esa actividad que generaba el puerto.
La proliferación de este tipo de negocios turbios puso en pie de guerra a un sector de la población que se quejaba amargamente, sobre todo, del arraigo que estaba cogiendo en nuestro municipio la prostitución, presente hasta en las calles más céntricas.
La batalla de las clases sociales que defendían a rajatabla la moral pública contra las mujeres de la vida era constante. Si no eran bastante las quejas por la presencia de prostitutas en balcones, calles y plazas, en el verano de 1896 se desató una nueva polémica al detectarse que muchas de estas muchachas tomaron la costumbre de pasearse por las calles céntricas subidas en coches de caballos. “Cuando salía la gente de los toros, entre las filas de carruajes que recorrían el Paseo, figuraban varios coches ocupados por mujeres de mal vivir que iban armando jaleo y provocando”, contaba una de las noticias del periódico La Crónica Meridional.
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