"A CADIZ LE FALTA PRODUCTIVA DE LA GENTE ENTRE 20 Y 40 AÑOS LA QUE SE VA" CADIZ DIGITAL
15.06.14 - 00:16 -
Los gaditanos alimentan sus leyendas con intangibles: la gracia, una forma de vivir, el repentismo, la supervivencia... Todos son conceptos abstractos que cada cual interpreta, percibe o ignora como considera. Es imposible ordenarlos, ponerles número, porcentaje ni caja. En ese listado de orgullos indemostrables está la historia. La ciudad más antigua de Occidente; tres millares de años a los que hubo que recortarles trescientos; metrópoli diminuta e insular, epicentro del comercio mundial hace mucho, mucho tiempo; patria chica de la primera, casi si estrenar, Constitución de España, la tercera del mundo; lugar de paso para relevantes de todos los tiempos. En una ciudad que, sin aprovecharlo, se bebe su pasado mítico para sobrellevar su amargo presente, resulta imprescindible la figura del historiador. Alberto Ramos Santana (Cádiz, 1953) es el de guardia, el de cabecera («por el tamaño de la cabeza, posiblemente», bromea). Es uno de los rostros más reconocibles de la Universidad de Cádiz. Un profesor cercano e hiperactivo, divulgador y tan vocacional del aula y la biblioteca como de la tertulia de bar. Asegura que «en Cádiz hay muy buenos historiadores, al menos hay tres o cuatro compañeros impresionantes, como el mejor historiador de la Iglesia en España, que se llama Arturo Morgado. Hay gente muy buena. Y no sólo dentro de la Facultad».
Pero ninguno tan familiar para tantos vecinos como él. Doctor en Historia por la Universidad Hispalense y catedrático de Historia Contemporánea en la gaditana, dirige el grupo Esteban Boutelou que aporta investigación académica a la rica historia del vino en la provincia. Ha impartido cursos o conferencias por toda España y en Estados Unidos, Cuba, Portugal, México, Italia, Rusia, Ecuador, Alemania, Francia o Argentina. Su perfil investigador siempre trata de dibujar la vida real, la cotidiana, la de taberna, el conflicto diario y las personas en su tiempo, en el Cádiz contemporáneo, el de los tres últimos siglos. Con ese propósito ha publicado un sorprendente número de libros y artículos que han tratado desde la prensa en Cádiz (1763-1936) a la burguesía, del Franquismo al Carnaval, del vino de Jerez y Sanlúcar a la tragedia de Trafalgar. Y sobre todo, el Doce, la etapa que puso casi por accidente a la pequeña capital gaditana en el centro del escenario. Ramos Santana tuvo papel protagonista en la última conmemoración porque resulta imposible concebir algún tipo de programación de recuerdo histórico, de carácter académico, cultural, que le deje al margen. Es uno de los historiadores de Cádiz. Y tiene blog, está en las redes sociales. Contemporáneo hasta las últimas consecuencias. Buena perspectiva para hablar de la ciudad en permanente sesión de terapia, en constante psicoanálisis por decadencia perpetua.
-Maneja usted tres siglos de información. Bastante más que la media de sus vecinos. Con esa ventaja: ¿Qué cree que le pasa a Cádiz?
-Es un clásico, un tópico, pero creo que falta diseño de ciudad. Más que una percepción, falta una dirección política de la ciudad. Y no hablo del Ayuntamiento de Cádiz. Hablo de todos, de la Junta, de otros colectivos, incluso de los ciudadanos. Hay ejemplos constantes. Uno puede ser el Museo del Carnaval. Es un ejemplo claro. Se debate dónde y se obvia lo más importante: discutir si podemos convertir el Carnaval en una de las señas de identidad de la ciudad. No me refiero a discutir si la Policía Local no nos dejó cantar en la calle o cómo hacemos el Concurso del Falla. Me refiero a discutir si realmente puede ser un elemento de creación que dé una seña a la ciudad. Su función en la ciudad. Si el Carnaval es muy tópico, podemos poner el ejemplo de la historia fenicia. Por ejemplo, que tengamos el yacimiento Gadir y a 20 metros esté la Fábrica de Salazones que no se sabe a qué hora abre, ni en la web lo dicen... Podríamos tener en un paseo de 20 minutos Gadir, la Factoría de Salazones y un Teatro Romano al que no se sabe o se quiere dar importancia. Es otro ejemplo. Pero no hay un plan. Tenemos una ciudad ilustrada. Y no se aprovecha. Cádiz fue centro de la ilustración nacional. Y no se aprovecha.
-Con criterio académico, técnico, de historiador ¿Cádiz fue tan importante, tan grande, tan señalada como le gusta cantar y contar a sus hijos?
-Lo fue. Charles Moraze, un historiadora francés, en una obra de finales del XVIII y principios del XIX, la comparaba sólo con Londres y París. Lo decía un francés, con su chovinismo. Disraeli, el primer ministro inglés, visita Cádiz en 1840 y dice que sólo es comparable con Venecia. Los viajeros románticos siempre iniciaban el viaje por Andalucía aquí, decían que era el mejor inicio posible. Luego hablan de Sevilla, Granada, claro. Pero la entrada y la salida era Cádiz. En el siglo XVIII somos un punto de referencia. En el maremoto de 1755 mueren sobrinos de Voltaire en Cádiz, porque Voltaire tenía negocios aquí. Tenía tres teatros abiertos a finales del XVIII, el Francés, el Italiano y el Español. Es cierto que sin funciones diarias, eran semanales, pero activos. El nivel de ilustración de la ciudad era llamativo.
-Con esa perspectiva y con las salvedades a la hora de comparar épocas ¿Se puede decir que Cádiz vive una etapa de profunda decadencia en las últimas décadas?
-Es que nos hemos acostumbrado a hablar de derechos y no de obligaciones. Todos tenemos derecho a todo pero poco que dar. Esperamos que todo nos lo den hecho. La ciudad se ha acostumbrado a vivir de la subvención. Ha perdido ese espíritu de lucha, reivindicativo y algo aventurero. Antes, se iba a perder el instituto de segunda enseñanza y la gente se unía para impedirlo. Ahora, cualquier asunto se convierte en un debate político. Antes, se solucionaba y luego llegaba el debate. Ahora, aparecen unos cañones en una obra de un aparcamiento, que todo el mundo sabe que son de Cádiz, y la Junta de Andalucía tarda seis meses en decir que son de aquí y se quedan aquí. Me parece un disparate. O que la propuesta de hacer un hotel en Valcárcel dependa de quién gobierna en Diputación. Creo que uno de los elementos que más perjudican a la ciudad es ése. La gente también espera demasiado, a que se lo den hecho. Puede parecer una tontería y sé que es anecdótico, pero también simbólico: el gran síntoma de decadencia de esta ciudad se dio cuando el Trofeo Carranza, en su 50 aniversario, se trasladó a San Fernando por una imprevisión en unas obras, en unas instalaciones. No pasó absolutamente nada. Nadie se quejó y estamos hablando de algo tan simbólico como el fútbol. Eso me hace pensar que la ciudad es muy pasiva. Tiene poca fuerza.
-Puede resultar lógico en un municipio en el que la población envejece a gran velocidad.
-Más que perder población, está envejeciendo. La edad media se está elevando notablemente. Lo que falta es la fuerza productiva de la gente de edad media, de la gente entre 20 y 40 años, la que se va de Cádiz porque no tiene qué hacer. Falta su fuerza productiva, mental, creativa, laboral, comercial. No podemos vivir sólo con jóvenes estudiantes y con pensionistas. Falta el sector intermedio que es fundamental.
-Pinta feo ese retrato demográfico.
-Hay posibilidades de que esta ciudad cambie. Actualmente nos planteamos que esta ciudad debe vivir de los funcionarios y del turismo. Los funcionarios ya estamos. Tenemos que explotar esa veta turística que existe en la ciudad. Los fines de semana te encuentras ese turismo de clase media, familias de 40 años, con niños, que recorre un par de centros, un museo, un bar, un restaurante. Es turismo provincial, regional, nacional. Vamos a ofrecerle una alternativa a ese público. Hay opciones como la red de ciudades creativas, que no es un invento, está respaldada por la Unesco. Eso se puede potenciar en Cádiz, impulsar la riqueza que la ciudad tiene: el mundo fenicio, el flamenco, la pintura. Pero no hacemos más que abrir recintos culturales vacíos de contenido. Hay que abrir centros pero para la creatividad.
-Hablando de Unesco ¿Qué fue de aquel intento de obtener la declaración como Patrimonio de la Humanidad?
-El primer intento fue en los años 70 y contó con el rechazo del Ayuntamiento que, por entonces, consideró que le limitaría, que en la ciudad no se podría tocar nada si esa declaración salía adelante. Pero olvidó el cariz económico, turístico y cultural de la declaración. Luego se han dado los intentos de declarar patrimonio inmaterial la Constitución de 1812, que la Universidad consiguió que la Unesco incluyera en sus líneas pero se dejó pasar. También está el Carnaval. Podría ser un patrimonio inmaterial si se potenciara pero no puede ser sólo el Concurso. Tiene que estar presente en la ciudad. Para declarar la ciudad como tal, como patrimonio, habría que tener en cuenta que al borde del casco antiguo se hizo mucho daño en los últimos años 60 y en los 70. Nada más morir Carranza se construyeron todos esos edificios, engendros, de 'Hollywood', Alameda y Campo del Sur.
-Ha mencionado el icono gaditano de principios de este siglo, el tótem, el Doce: ¿Visto con dos años de margen y de frialdad se desaprovechó tanto aquella conmemoración?
-Hubo una incomprensión política entre unos y otros ahí también. La Comisión Nacional, de la que yo formaba parte, al final resultó un bluf. En el Consorcio hubo una disputa política, también a nivel local hubo sectarismo. Lamentablemente, si lees lo que se publicó del primer centenario prácticamente se han vivido las mismas cosas. Entonces, a principios del siglo XX, ya se decía que el tren tenía que llegar más rápido a Cádiz, que había que construir hoteles, potenciar el turismo, que había que urbanizar... Teníamos la lección y no la aprendimos. Ya en el centenario se quedó todo a medias, el presupuesto se aprobó unos días antes de aquel 19 de marzo de 1912. Y ahora ha pasado algo similar. La ciudad no ha sabido reaccionar. Que una asociación de padres parara un centro de estudios constitucionales en San Felipe Neri es incomprensible. Era una de las grandes cosas que se iban a hacer. Que eso lo frenen varios padres es lamentable por parte de la Junta de Andalucía. La Administración autonómica tuvo gestores de mínimo nivel en ese caso. Ese episodio me pareció llamativo. Lo pararon unos padres que ya no están porque sus hijos iban a estar apenas tres años en ese centro. Me parece una falta de sentido cívico y ciudadano sorprendente. También se abrió un portal con documentación digitalizada que ahora no sabemos ni dónde está.
-Algo saldría bien...
-La capitalidad cultural iberoamericana creo que fue de lo más importante que se hizo. Pudo dar más, pero fue de lo mejor.
-Con ese precedente y salvando las grandes distancias de trascendencia ¿Merecería la pena conmemorar otro centenario, el de la llegada de la Casa de Contratación a Cádiz, en 2017?
-Manolo Bustos, compañero mío de la Facultad, ha comentado algo ya. Ha recordado que si Cádiz se convierte en la ciudad que es en el siglo XVIII es porque consigue traer la Casa de Contratación. El XVIII es realmente el siglo de oro gaditano. El XIX lo es en lo político y en lo cultural pero el anterior lo es en lo económico. Nos convertimos en punto de paso fundamental, mundial. Y la repercusión que tuvo fue larga. La inercia que provocó la Casa de Contratación al convertir Cádiz en lugar de paso comercial duró mucho. Fue un centro neurálgico. Hacia 1791 hay una colonia extranjera en Cádiz de casi 5.000 personas. Y la población era de unos 70.000. Hablamos casi de la décima parte. Yo aprovecharía la conmemoración para destacar el papel comercial de Cádiz. Más que una recuperación nostálgica, soy partidario de una conmemoración eficaz: citar aquí a las grandes empresas, a los grandes proyectos comerciales, a los agregados comerciales de América en España... Yo iría por ahí como ciudadano. No es mi especialidad como historiador.
-¿Cómo está la Universidad de Cádiz después del terremoto del Plan Bolonia, después de la ola de entusiasmo que supuso la obtención del Campus de Excelencia, el Ceimar?
-La dispersión en cuatro campus la sigue lastrando. No es ninguna tontería. Supone costes, trabas, en movilidad, en detalles y el presupuesto de la UCA lo nota. El Campus de Excelencia era y es una buena oportunidad. Además se está abriendo a otras especialidades. Pero tiene que tener una financiación y si no la tiene se nota mucho. El problema de la Universidad, de la española en general, es económico. Lo notamos mucho en investigación. Estamos en la quinta parte que hace unos años. Respecto al Plan Bolonia, no nos gustaba a ninguno en principio pero había que aceptarlo. Venía dado. A los profesores más viejos nos costaba adaptarnos. Pero a la postre creo que está fomentando el trabajo del estudiante. Quizás pueda dar de sí en áreas como los campus virtuales o en la exigencia de más trabajo colectivo frente a la memorización. Favorece al que tiene muchas ganas de trabajar. Cuesta porque se plantea la competitividad como elemento central de la educación y yo creo que debe serlo la formación. Nos parecía un desastre pero la experiencia nos ha hecho cambiar un poco de parecer.
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