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Por cuestiones militares paralizaron la construcción del palacio granadino y desviaron su atención a los terrenos del Viso y Santa Cruz, en Ciudad Real
El 2 de junio de 1928 publicaba Leopoldo Torres Balbás un interesante artículo en la revista madrileña La Esfera, en el que trataba sobre la curiosa historia de la chimenea renacentista que acababa de instalar en el palacio de Carlos V de la Alhambra. Esta provenía de una compra realizada en 1546 a María Manuel, abuela de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y granadino de nacimiento, que se había destacado en la política nacional e internacional durante los reinados del emperador y Felipe II.
Esta chimenea era propiedad de la abuela del afamado Marqués de Santa Cruz, porque formaba parte de las piezas artísticas y arquitectónicas que su hijo había encargado en Génova para renovar las casas de la familia en Granada, que habían ido adquiriendo en pleno centro de la medina, antes incluso de la toma de la ciudad, y que necesitaban ser ennoblecidas debido al prestigio que había ido alcanzando la familia, por los servicios prestados a la monarquía desde la época de los Reyes Católicos. Así, el marido de María Manuela había empezado a adquirir posesiones desde 1474, en la orilla izquierda del rio Darro, en el barrio de los lineros y, poco a poco, había conseguido unir diferentes espacios que ya permitían, en el primer tercio del siglo XVI, hacer un palacio de dimensiones apreciables y, sobre todo, a la moda renacentista del momento. Algo similar a lo que había ocurrido pocos años antes en el castillo de La Calahorra.
Nos cuenta la profesora Rosa López Torrijos que, entre estas propiedades, se encontraban algunas tiendas y hornos e incluso, un posible baño árabe que se situaban junto al puente de la Gallinería, es decir, a la altura de la confluencia del Zacatín medieval con la calle Elvira, aproximadamente lo que hoy es la plaza de Isabel la Católica. Un sector que rápidamente fue cambiando su fisonomía musulmana con la aparición de diferentes palacios, como el que un poco más abajo construyó Francisco de Bobadilla y que hoy conocemos como palacio de Abrantes.
Está claro, por tanto, que la intención de la familia Bazán era la de establecer su casa solar en la ciudad de Granada. Pero no siempre las primeras intenciones son las que perduran. Así, Álvaro El Viejo, padre del granadino marqués, triunfó ampliamente como militar y marino, haciendo amistad con uno de los personajes más interesantes del panorama internacional: el afamado condottiero Andrea Doria que se había puesto del lado del Emperador en sus disputas con Francisco I de Francia. Gracias a esta amistad, pudo conocer la arquitectura y las decoraciones que se realizaban en Italia y de ahí le vino la idea de encomendar a artistas genoveses la construcción de diferentes piezas de lujo para su mansión granadina. De este modo, encarga trescientos balaustres de mármol, cornisas, dos fuentes monumentales y una chimenea; todas las piezas con destino al patio, jardines y salones de la orilla del Darro.
Pero las cosas le fueron demasiado bien a Don Álvaro, que no paraba de recibir menciones y dádivas de Carlos V por sus esfuerzos en la conquista de Túnez y cuando, necesitado de dinero para proseguir sus campañas militares, el emperador acudió a la venta de los territorios de las ordenes militares, previa bula papal, fue la oportunidad para los Bazán de hacerse con un gran señorío que les diera fama y recursos económicos, pero previamente había que hacer un desembolso económico de gran importancia. En este momento los Bazán paralizan la construcción de su palacio granadino y desvían toda su atención a los terrenos del Viso y Santa Cruz en Ciudad Real.
De hecho, hacia 1538, solamente se quedó en Granada María Manuel, que abrió una comunicación entre su casa y el convento de Sancti Spiritus que ella misma había fundado, mientras que el resto de la familia estaba ocupada en el nuevo señorío y para ello, tuvieron que vender posesiones como Fiñana o Casabermeja, a fin de poder hacer frente a los pagos de la compra manchega.
No obstante, hemos visto que en fechas anteriores se habían hecho unos encargos a talleres escultóricos genoveses, en concreto al de Giacomo della Porta, y algunas de esas piezas ya habían llegado hasta Granada y, con ellas, un escultor y un pintor italianos para montarlas y para decorar los muros del palacio. El primero, Niccolo da Corte, tuvo después un papel importante en las obras imperiales de la Alhambra y del segundo, apenas tenemos noticias. El caso es que a la ciudad llegaron las esculturas y los artistas y una de esas obras fue la monumental chimenea que en 1546 se compraba para el palacio de Carlos V. Pero ¿Qué pasó con el resto? Probablemente, son algunas de las piezas ubicadas en el palacio de El Viso en Ciudad Real y, en concreto, parecen ser los balaustres del gran patio y la única fuente subsistente en el jardín que, aunque muy estropeada, aún muestra su decoración de monstruos marinos, como a una familia marinera le correspondía. Lo malo es cuando pensamos que, si no hubiera sido por la necesidad de financiación imperial, la familia Bazán habría construido en Granada un palacio similar al que ahora es una de las joyas del renacimiento español en Ciudad Real, por lo que se perdió un importante bien patrimonial, del que da buena muestra la chimenea alhambreña y cuya historia completa reseñaremos en otra ocasión.
Esta chimenea era propiedad de la abuela del afamado Marqués de Santa Cruz, porque formaba parte de las piezas artísticas y arquitectónicas que su hijo había encargado en Génova para renovar las casas de la familia en Granada, que habían ido adquiriendo en pleno centro de la medina, antes incluso de la toma de la ciudad, y que necesitaban ser ennoblecidas debido al prestigio que había ido alcanzando la familia, por los servicios prestados a la monarquía desde la época de los Reyes Católicos. Así, el marido de María Manuela había empezado a adquirir posesiones desde 1474, en la orilla izquierda del rio Darro, en el barrio de los lineros y, poco a poco, había conseguido unir diferentes espacios que ya permitían, en el primer tercio del siglo XVI, hacer un palacio de dimensiones apreciables y, sobre todo, a la moda renacentista del momento. Algo similar a lo que había ocurrido pocos años antes en el castillo de La Calahorra.
Nos cuenta la profesora Rosa López Torrijos que, entre estas propiedades, se encontraban algunas tiendas y hornos e incluso, un posible baño árabe que se situaban junto al puente de la Gallinería, es decir, a la altura de la confluencia del Zacatín medieval con la calle Elvira, aproximadamente lo que hoy es la plaza de Isabel la Católica. Un sector que rápidamente fue cambiando su fisonomía musulmana con la aparición de diferentes palacios, como el que un poco más abajo construyó Francisco de Bobadilla y que hoy conocemos como palacio de Abrantes.
Está claro, por tanto, que la intención de la familia Bazán era la de establecer su casa solar en la ciudad de Granada. Pero no siempre las primeras intenciones son las que perduran. Así, Álvaro El Viejo, padre del granadino marqués, triunfó ampliamente como militar y marino, haciendo amistad con uno de los personajes más interesantes del panorama internacional: el afamado condottiero Andrea Doria que se había puesto del lado del Emperador en sus disputas con Francisco I de Francia. Gracias a esta amistad, pudo conocer la arquitectura y las decoraciones que se realizaban en Italia y de ahí le vino la idea de encomendar a artistas genoveses la construcción de diferentes piezas de lujo para su mansión granadina. De este modo, encarga trescientos balaustres de mármol, cornisas, dos fuentes monumentales y una chimenea; todas las piezas con destino al patio, jardines y salones de la orilla del Darro.
Pero las cosas le fueron demasiado bien a Don Álvaro, que no paraba de recibir menciones y dádivas de Carlos V por sus esfuerzos en la conquista de Túnez y cuando, necesitado de dinero para proseguir sus campañas militares, el emperador acudió a la venta de los territorios de las ordenes militares, previa bula papal, fue la oportunidad para los Bazán de hacerse con un gran señorío que les diera fama y recursos económicos, pero previamente había que hacer un desembolso económico de gran importancia. En este momento los Bazán paralizan la construcción de su palacio granadino y desvían toda su atención a los terrenos del Viso y Santa Cruz en Ciudad Real.
De hecho, hacia 1538, solamente se quedó en Granada María Manuel, que abrió una comunicación entre su casa y el convento de Sancti Spiritus que ella misma había fundado, mientras que el resto de la familia estaba ocupada en el nuevo señorío y para ello, tuvieron que vender posesiones como Fiñana o Casabermeja, a fin de poder hacer frente a los pagos de la compra manchega.
No obstante, hemos visto que en fechas anteriores se habían hecho unos encargos a talleres escultóricos genoveses, en concreto al de Giacomo della Porta, y algunas de esas piezas ya habían llegado hasta Granada y, con ellas, un escultor y un pintor italianos para montarlas y para decorar los muros del palacio. El primero, Niccolo da Corte, tuvo después un papel importante en las obras imperiales de la Alhambra y del segundo, apenas tenemos noticias. El caso es que a la ciudad llegaron las esculturas y los artistas y una de esas obras fue la monumental chimenea que en 1546 se compraba para el palacio de Carlos V. Pero ¿Qué pasó con el resto? Probablemente, son algunas de las piezas ubicadas en el palacio de El Viso en Ciudad Real y, en concreto, parecen ser los balaustres del gran patio y la única fuente subsistente en el jardín que, aunque muy estropeada, aún muestra su decoración de monstruos marinos, como a una familia marinera le correspondía. Lo malo es cuando pensamos que, si no hubiera sido por la necesidad de financiación imperial, la familia Bazán habría construido en Granada un palacio similar al que ahora es una de las joyas del renacimiento español en Ciudad Real, por lo que se perdió un importante bien patrimonial, del que da buena muestra la chimenea alhambreña y cuya historia completa reseñaremos en otra ocasión.
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