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Un joven motrileño resucita una finca de este cultivo desaparecido para enganchar a los visitantes en una ruta muy dulce
Alberto Fernández Correa corta caña de azúcar en una mañana celeste con Salobreña de fondo en forma de postal. Lo hace con soltura, tanta, que parece que lleva toda la vida dedicado a ello. Sombrero marrón, fajín, protectores de piel en las piernas, tiene 34 años y simula haberse forjado en las zafras. Parece el último mondero descarriado que se hubiese metido en la máquina del tiempo para viajar al futuro.
Sus ancestros no son especialmente azucareros, pero Alberto -sonrisa de anuncio y escultor de piedra de profesión- se dio cuenta de que en la Costa Tropical, después de la última zafra (recolección de la caña de azúcar), no existía ningún reducto en el que observar la peculiaridad de ese cultivo que hizo al litoral granadino ser único en Europa y casi en el mundo.
Entre escultura y escultura, las manos fuertes y la mente inquieta de Alberto se dedicaron a construir un trapiche eléctrico, es decir, una máquina capaz de extraer zumo de la caña de azúcar. Con este artilugio se fue por ahí y triunfó en ferias de la vecina Francia. Este joven se dio cuenta de que la originalidad de este cultivo deja embelesado a cualquiera y volvió a Motril pensando que podría recuperar la caña de azúcar en una pequeña plantación de verdad, para mostrar la esencia sobre el terreno.
Alberto se ha buscado la vida para hacer resurgir, por primera vez, la caña de azúcar como atractivo turístico para la Costa Tropical. Hasta ahora, nadie había dado pasos significativos para volver a sembrar este cultivo que desapareció en 2006, por ser poco rentable, y que dejó las cabezas cargadas de recuerdos en forma de álbum de fotos.
«Yo tengo las imágenes de la zafra... la veía de crío, pero he tenido que formarme, leer mucho y preguntar a los que saben», dice este chico motrileño que ha recorrido las vivencias de muchos monderos (los que cortaban la caña) de verdad.
Los mayores de municipios como Motril y Salobreña se emocionan al recordar aquellos tiempos en los que todos vivían de la caña. La brisa movía las pavesas en la zafra y los ingenios azucareros sacaban algo muy dulce de tanto esfuerzo.
Alberto Fernández no ha querido que se pierda esa tradición y la ha convertido en 'agroturismo' una tendencia que viene pegando fuerte en el sector.
Sin haber pisado nunca una zafra real, Alberto, vestido de mondero, reproduce a la perfección el corte de las cañas. «Era una tarea durísima», recuerda este joven que ha vivido esta labor por primera vez, cuando ya había desaparecido de las vegas del litoral granadino.
Copiado de una foto
El traje lo ha reproducido de una foto antigua y las herramientas las ha encontrado en una tienda de segunda mano. El resto es una finca, pegada al Guadalfeo, que pertenece a una familia de Salobreña. «Ellos la tenían para dar de comer a los caballos con las cañas de azúcar y ahora se ha convertido en una finca enfocada al turismo», explica el responsable de La Zafra que está dando sus primeros pasos.
Este mondero moderno sabe explicar a la perfección cómo crecen las cañas de hecho, en la finca, ya hay bastantes sembradas por él que empiezan a echar sus primeros brotes. También tiene su mesa de aperos con su hachuela y su machete y ya distingue cuáles tienen raíces australianas y cuáles son puramente 'costeras'.
Dispuesto a empaparse de sabiduría popular, a Alberto le emociona cuando pasa alguien por allí y le rellena el cajón de los conocimientos con recuerdos de la caña de azúcar. Con la última zafra se dijeron adiós a mil años de historia azucarera en la Costa de Granada y él quiere que no desaparezcan.
La Zafra -arropada por el área de Turismo de Motril- nace para conquistar turistas y enganchar a visitantes a pasarse por el litoral granadino. Es un elemento más dentro de una ruta del azúcar en la que se pueden conocer museos para acercarse a la parte de los ingenios azucareros o donde se puede indagar en la cultura del ron con la bodega de Ron Montero. La finca viene a cerrar el círculo y a ofrecer el origen de un cultivo peculiar que todos los adultos costeros chuparon alguna vez en su infancia. El último mondero viene para quedarse, para no irse jamás.
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